Emprendedores de antaño

Wilson redactaba sus catorce puntos bajo los que se firmaría la paz después de cuatro años de contienda mundial. Félix Díaz capitaneaba un movimiento contrarrevolucionario en México, Francia e Inglaterra reorganizaban el reparto de África, Bernard Shaw señalaba que ya era tiempo de dejar de envenenar con odio el alma humana… Corría el año 1919 y el periódico El Día, un tabloide que contaba ni más ni menos que con cuatro ediciones diarias, publicaba un reportaje firmado por Modesto Pérez en el que hablaba de Manuel Lence, al que presentaba como un gran triunfador en el panorama empresarial madrileño.
 
En 1919, Manuel Lence tenía 41 años y llevaba ya casi 30 años trabajando en Viena Capellanes a donde había llegado a la edad de 12 años como chico de los recados y de la que, apenas tres años después -sí, con 15-, ya era encargado.
 
De veras sorprende la edad que tenía el joven gallego cuando se convirtió en encargado y que a los treinta y pocos terminara comprando a los Baroja la empresa, la cual había crecido exponencialmente desde entonces y contaba ya con 264 trabajadores. Y no sólo nos asombra por la juventud sino porque Manuel Lence era un chico sin estudios, un joven inmigrante que había llegado a Madrid desde Miranda sin más recursos que sus ganas de prosperar.
 
Tan consciente y tan responsable era que poco a poco y según le fue yendo bien en el negocio fue llamando a sus hermanos para que se vinieran a Madrid a trabajar con él. Y no contento con eso quiso ayudar a todos los niños de su pueblo. Así, nos cuenta Modesto Pérez, el idealista Manuel Lence en un esfuerzo por combatir el caciquismo imperante en la época, decidió hacer una importante donación al pueblo al que dotó de una escuela que mandó construir para el efecto y que constaba de dos pabellones (supongo que uno para niñas y otro para niños) y de una amplia vivienda para el maestro. Que extraordinario detalle ¿no? Para que el colegio funcionara bien pensó que una condición importante era que el maestro estuviera contento y, así, decidió compensarlo de alguna manera por los sueldos de miseria que recibían estos profesionales con una buena residencia. Y además, para asegurarse de que aquello no quedaría en un gesto, dotó a la escuela de material escolar suficiente para los próximos 25 años.
 
En estos tiempos difíciles que corren nos gustaría pensar que contamos, como entonces, con emprendedores de la talla de Manuel Lence, pero los queremos también como él, solidarios.