Carnaval

Durante las tres primeras décadas del siglo pasado el Carnaval en Madrid se celebraba por todo lo alto. El Ayuntamiento se esforzaba por engalanar las calles y montar tribunas que eran ocupadas por las principales asociaciones de la capital de España: el Círculo de Bellas Artes, la Gran Peña o el  Casino de Madrid, que celebraba los más fastuosos bailes de carnaval del momento.

El recorrido principal pasaba por la Castellana y continuaba por el Paseo de Recoletos y era protagonizado por carrozas, carruajes y espontáneos que desfilaban disfrazados de las más variadas formas.  Una de las actividades más celebradas era el concurso de carrozas, las cuales pertenecían en su mayoría a los comerciantes de la ciudad que eran, como en el siglo XVII lo fueron los gremios, quienes más se implicaban en el buen funcionamiento de la fiesta. Es cierto que a veces el descontrol era grande, por ejemplo, las batallas de confeti a veces lo eran de huevo y se ocasionaban no pocas riñas y peleas. Pero aquello formaba parte de la fiesta. Se trataba de desahogarse, de desinhibirse antes del comienzo de la austeridad de la Cuaresma.  Señalaba, además, el principio del fin del invierno y eso a comienzos de siglo, cuando las casas carecían de calefacción central, era cosa de agradecer.  No exagero, hacía mucho frío, quizás más en casa que en la calle y por ello cuando le preguntaron una vez a Julio Caro Baroja que cuál era el invento que su tío habría valorado más de haber vivido hasta bien entrado el siglo XX su sobrino respondió, sin dudarlo, que la calefacción central.

Pero volviendo al carnaval de Madrid. Situémonos en 1914, 23 de febrero, hacía un frío que pelaba y durante la mañana se desató un temporal de viento y granizo que obligó al ayuntamiento a suspender la entrega de premios a la mejor carroza. Sin embargo, por la tarde salió un poco el sol y la gente se animó a salir a las calles a pasear sus disfraces, su frío y sus ganas de divertirse. Pasaron muchas carrozas: la más curiosa, a mi juicio, es la de la “Huelga de los botones” en la que se veía a varias señoritas que se habían colocado la chaquetilla roja que llevaban los botones del Palace. También desfiló la del Jockey Club, una con el curioso título de “The Kiero” y “Obra de género chico” que representaba a unos obreros de la construcción en actitud de trabajar…

Entre todas ellas, salió la que según el ABC podría llamarse la “Carroza de la abundancia”. Se trataba de la de Viena Capellanes que representaba una enorme cesta de pan de la que se alzaba un impresionante dosel tras el que se había colocado lo que simulaba ser un horno del que salieron,según las crónicas de la época, “miles de panecillos de viena”  con los que se obsequió a los asistentes. Salieron también pastelillos, pastas, caramelos, bombones y, para entrar en calor, bocadillos de jamón y  de otros fiambres.
Aquel año el primer premio quedó desierto, el segundo se lo llevó la carroza del Teatro Real, pero seguro, seguro que la que tuvo más seguidores fue la de Viena Capellanes.