Glamour y grandes ocasiones
En 1928 se inauguró en la calle Luisa Fernanda de Madrid, el Café Viena, que abrió sus puertas con todo lujo de detalles. Por tanto, el año que viene celebraremos con él sus primeros noventa años de existencia. Será una fiesta por todo lo alto, para estar a la altura de todos los grandes acontecimientos que se han celebrado ahí a lo largo de todos estos años.
Desde su apertura, el día a día del Café era bastante intenso. Desde muy temprano, se apostaba en sus puertas un empleado que molía café en la entrada con el fin de estimular el ánimo de todo aquel que pasara por ahí cerca. Si se dejaba vencer por su primer impulso, el cliente traspasaba las grandes puertas dispuestas en chaflán y se adentraba en el cálido entorno animado por el sonido de las cucharillas en los platos y el runrún de las conversaciones de los tertulianos. El Café Viena estaba diseñado para pasar largas horas acomodado en las amplias sillas de madera, degustando cualquiera de las delicadas piezas de bollería, las tostadas, los panecillos o, simplemente, un aromático café.
La tradición exigía que cuando en las mesas el café comenzaba a agotarse, el “echador de café” se acercara a las mesas con dos grandes jarras humeantes, las denominadas “pavas” (una de café y otra de leche), a rellenar la taza para evitar que la conversación decayera. Otra alternativa era, el chocolate caliente, que también se servía a diario junto con los picatostes elaborados con pan inglés y que eran uno de los clásicos del Café. Por cierto, que el chocolate que fabricaba la empresa se llamaba Reina Victoria, pero perdió parte de su nombre durante la República y pasó a llamarse sólo Victoria para no levantar susceptibilidades.
A partir del mediodía, un taxi realizaba un servicio gratuito de traslado a los madrileños que transitaban a aquellas horas por la Puerta del Sol para llevarlos hasta Luisa Fernanda puntualmente para el almuerzo. Por la tarde, las meriendas se servían sin prisa en el salón. Por la friolera de 1,25 pesetas se podía solicitar la media tostada con café, que era servido con agua fresca y azucarillos de limón o fresa para endulzarla.
Eran frecuentes por las tardes las tertulias organizadas por algunas de las peñas que frecuentaban el lugar. Durante años se reunió la “Peña vegetariana”, que en los años treinta, celebraba un encuentro mensual en el local, así como la “Mutual Benéfica Gallega”, a las que el propietario -Manuel Lence- pertenecía. Pero también eran frecuentes las reuniones de estudiantes, que acudían a calentarse con el café y con los radiadores que caldeaban el lugar en las frías tardes del invierno madrileño. No era infrecuente que en las mesas contiguas pudieran estar sentados Pio Baroja o su hermano Ricardo, junto con sus amigos –entre otros Pablo Neruda durante su estancia como Cónsul de Chile en Madrid- y, por supuesto, con Don Manuel Lence, que bajaba cada tarde a conversar con los empleados y con alguno de los miembros de la familia que solía acercarse por allí para saludarlo.
El Café Viena contaba con un excelente restaurante, en el que se celebraban grandes banquetes y todo tipo de fiestas y conmemoraciones como bodas, bautizos, etc. También funcionó durante algunos años una sala de billar, pero no una de esas en las que se escupe en el suelo y en la que se hacía impensable la sola idea de que entrara una mujer. No, la sala de Viena Capellanes era tan elegante que el Gran Gastby se habría sentido ahí a sus anchas jugando entre sus mesas con sus glamurosos amigos….
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