Reparto de altos vuelos
El 28 de febrero de 1935, Pablo Díaz, firmaba un contrato en el que se comprometía a entregar a la Sociedad Viena Repostería Capellanes, tres carrocerías para el mes de mayo de dicho año. Estas carrocerías tenían la particularidad de estar diseñadas como las de los autogiros, inventados por Juan de la Cierva.
Las cabinas estarían realizadas en madera de fresno y de haya de Hungría y forradas al exterior con chapa de hierro. En su interior, dispondrían de dos asientos abatibles y tres lunas a cada costado del vehículo. Al exterior, contaría con dos hélices, una sobre el radiador y otra en el techo, y con un timón o quilla en la parte posterior. Todo ello se montaría sobre chasis Singer, siguiendo el modelo del autogiro inventado por su amigo y socio, Juan de la Cierva, junto con el cual había diseñado el BCD (denominado así por las siglas de los apellidos de los tres socios: Barcalá, Cierva y Díaz).
El automóvil resultante, tendría más de cuatro metros de largo y cerca de dos metros y medio de altura y se destinaría a realizar el reparto de pan de la conocida cadena Viena Repostería Capellanes por las calles de Madrid, el Plantío, Aravaca, Pozuelo, el Pardo, etc.
Podemos imaginar el interés con que fue recibido el vehículo en las calles al realizar sus primeras apariciones en un Madrid aún no transitado por los millones de vehículos con los que cuenta en la actualidad. La aparición del aparatoso autogiro por las todavía empedradas calles de la ciudad, sin duda fue un buen reclamo publicitario para la Empresa y su presencia en la ciudad se convirtió en un icono más de la misma hasta que la Guerra Civil vino a trastocar la vida cotidiana. El conflicto no acabó, sin embargo, con la circulación de los autogiros que siguieron transitando por las calles, si bien durante los años de la contienda lo hicieron cargados de pertrechos militares, puesto que fueron decomisados por los contendientes.
Tuvo que ser un gran choque para los madrileños el que, precisamente aquello que había sido motivo de alegría y señal de bienestar, se trastocara en mensajero y testigo de los estragos de la guerra. Los tres vehículos, diseñados para ser tratados de manera delicada y caprichosa, sufrieron grandes desperfectos por el mal uso y dos de ellos desaparecieron.
Uno de ellos, no obstante, sobrevivió para seguir dando testimonio de una década, la de los treinta, que parecía ser prometedora. Siguió circulando después de la guerra y volvió a hacer el reparto hasta 1946. Después fue retirado de las calles hasta que en la década de los 90 fue restaurado por la Empresa Viena Capellanes y en la actualidad está registrado como vehículo histórico y es mostrado públicamente, en ocasiones señaladas, para que no desaparezca de la memoria de la ciudad.
Recuerda Pío Caro Baroja, en el prólogo del libro Viena Capellanes. 1873-2003. 130 años de una empresa familiar, que el autogiro de su niñez era de color verde y que “parecía un avión salido de un viejo tío vivo”. En esos años, los colores de la imagen corporativa de la Empresa eran el verde y el beige. Así lo hemos constatado en el archivo histórico de la Casa donde registramos papelería, facturas, folletos publicitarios y otras pistas como por ejemplo los tonos de los toldos de las tiendas, en los que el verde y el beige dominaron hasta que fueron sustituidos por los actuales granate y crema.
El autogiro no fue el primer vehículo de Viena Capellanes, antes funcionaron los pioneros coches tirados por mulas, que hacían el reparto a la Real Casa y al Senado, y las camionetas en las que el pan se disponía en enormes cestas ubicadas en el techo. Pero si fue el único al que tuvieron que “cortarle las alas” puesto que estaba tan bien diseñado que cuando comenzó a hacer los primeros servicios llegó incluso a levantarse del suelo al ponerse en funcionamiento la hélice, lo que obligó a sus propietarios a inutilizar el rotor para evitar posibles accidentes.
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